Jorge Moreno Recursos y Contenido · 08/04/2025

Una breve reflexión sobre nuestro impacto en el sistema laboral

Una mirada consciente a nuestra vivencia cotidiana en el equipo

Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo: una invitación a la conciencia y la empatía

¿Alguna vez te has detenido a reflexionar sobre tu papel en el tejido de relaciones que conforman tu entorno laboral? ¿Eres consciente de todo lo que está vivo en ti —pensamientos, emociones, necesidades— y de cómo eso impacta a los demás? En lo cotidiano, es fácil no darnos cuenta de cómo está siendo nuestra presencia ni qué energía llevamos a cada interacción. Sin embargo, esa energía que traemos, ese “cómo estamos” invisible, moldea la calidad de nuestras relaciones, incluso aunque no lo percibamos del todo.

¿Qué tipo de atmósfera estás creando con tu actitud, tu lenguaje, tus silencios? Cada persona influye. Cada gesto, palabra y emoción deja huella en el entorno. Y lo que verdaderamente nos sitúa en el presente no es observar si la otra persona está siendo amable, receptiva o distante… sino dirigir la atención hacia uno mismo y preguntarse: ¿cómo estoy yo, ahora mismo, relacionándome con esta persona, independientemente de su estado emocional?

Quizá te preguntes: ¿De qué me está hablando? Y es comprensible. Caminar hacia la conciencia no siempre es fácil ni cómodo. Hablar de responsabilidad emocional puede sonar abstracto o incluso molesto. Pero lo cierto es que nuestra energía se transmite, aunque no seamos del todo conscientes de ello. Si llegamos al trabajo enfadados, ansiosos o apagados, eso deja huella. Nuestra carga emocional afecta al entorno, genera malentendidos o pequeñas tensiones que se acumulan con el tiempo. Lo veamos o no, estamos contribuyendo constantemente al clima emocional del equipo.

Aceptar esto es una oportunidad. Si influimos en el sistema, también podemos transformarlo. Pero sabiendo que lo que de verdad cambia no es “al otro”, sino nuestro mundo interior. Desde esa transformación silenciosa, íntima y progresiva, acudimos a los demás con más claridad, más conciencia y más presencia.

Aquí es donde entra la Comunicación No Violenta (CNV), uno de los caminos que pueden ayudarte a lograr ese cambio. No es una técnica para hablar “bonito”; es una práctica profunda de transformación personal y relacional. Como todo en la vida, requiere interés, esfuerzo y práctica. Pero con el tiempo, algo ocurre. Tu mundo interior empieza a cambiar. Como si lijaras una piedra con cuidado, tus reacciones automáticas se suavizan. Empiezas a “ver” tus emociones, a reconocer tus necesidades… y, con el tiempo, a responsabilizarte de ellas sin esfuerzo consciente. Y lo más transformador: comienzas a reconocerte en el otro.

Cuando esto sucede, tu forma de estar en el mundo cambia. Puede que un día estés cansado o sin ganas de interactuar. Habrá momentos en los que no estés disponible emocionalmente, y es natural. Pero en general, empiezas a relacionarte desde un lugar más estable, más consciente, más conectado contigo y con los demás. Y esa presencia, incluso sin decir nada, ya transforma el ambiente. No porque actúes de una manera distinta, sino porque eres distinto. Y eso se percibe.

Ahora imagina por un momento que esto no lo practicas solo tú, sino también quienes te rodean. Imagina que más personas hacen ese pequeño giro interior. El impacto en el entorno sería inmenso, aunque empezara en lo más simple: en cómo nos escuchamos, cómo nos hablamos, cómo nos cuidamos. Porque el cambio no empieza con grandes gestos, sino con la manera en que cada uno de nosotros decide estar presente. Y el impacto que tienes —como compañero, como líder, como ser humano— nace precisamente de ahí: de lo que eliges cultivar dentro de ti.

No se trata de juzgarte ni de hacerlo todo perfecto.

Solo de observar.

Observar lo que ocurre en ti y preguntarte, con honestidad:

¿Esto es lo que realmente quiero para mí?

¿Esta es la manera en la que quiero estar con los demás?